Así fue como pescadores de Río San Juan encontraron un bote lleno de osamentas
En Río San Juan, provincia María Trinidad Sánchez, hay una laguna que se llama Gri Gri. Allí, muchos pescadores de la zona amarran sus botes.
Ayer, martes 6 de agosto, a diez millas náuticas (18 kilómetros) de esas costas, uno de esos pescadores, Luis Alberto Polanco, junto a su hijo y otro hombre, encontró un bote a la deriva con restos humanos en su interior. Estaban en los huesos. Las autoridades determinaron que los fallecidos eran africanos, pues encontraron documentos de identidad de Senegal y Mauritania. Además, llevaban mercancía de narcotráfico.
Un día más tarde, Río San Juan se ha llenado de rumores y teorías que intentan explicar cómo un bote lleno de africanos llegó a aguas dominicanas, en otro continente.
Los rumores
En la laguna Gri Gri hay pescadores que preparan sus botes para zapar. También hay personas que descansan en la sombra y jóvenes que juegan en el agua.
Allí es donde Luis Alberto Polanco amarra su bote cuando vuelve de pescar. A unos metros de esa embarcación, Claribery Burgos está sentada en una silla. Ella también se enteró de lo sucedido. «Yo me enteré porque la gente empezó a publicar en Facebook que habían encontrado una lancha con restos humanos», explica. Su teoría es que «perdieron el rumbo y murieron de hambre».
Cerca de ella, una mujer mayor descansa en la puerta de los baños de la laguna. Se llama Rachel y expresa que «no estaba ayer», pero que se lo contaron. Ella se atreve a lanzar aquella pregunta que muchos tienen en la cabeza. «¿Qué tiempo llevarían allí?», expresa.
Parece que la laguna Gri Gri y Río San Juan están llenos de gente pensativa. Todos hacen su vida normal, pero hoy casi todos, en algún momento del día, se preguntan qué pasó con esos africanos.
Fran Balbuena quiere dar su punto de vista del misterioso asunto. Parece que lo ha pensado mucho y llega a esta conclusión: «Cualquier opinión que uno diga son suposiciones. Nunca sabremos lo que pasó porque están muertos«.
Lo que dice Balbuena tiene sentido. Si no hay supervivientes, no hay testigos. Pero a Rubén Bonilla eso no le parece una postura válida e irrumpe en la conversación. Él estaba escuchando desde hacía unos segundos y estaba interesado en compartir su teoría. Bonilla dictamina: «Han cruzado el Atlántico«. Parece seguro de sí mismo. Continúa diciendo: «El tiempo malo los trajo. Ellos eran africanos e iban a España. Esos botes aquí no se hacen», finaliza. Luego se marcha. Tiene que irse a pescar.
Tras la intervención de Bonilla, los decibelios en la laguna bajan un poco. Es entonces cuando Plutalco Martínez interviene. Tiene una discapacidad visual y va con bastón. Sin embargo, se encontraba cerca y lo ha escuchado todo.
«No era huyendo que estaban», dice. Tras una pequeña pausa, continúa: «Dicen que tienen meses muertos. Podrían haberlos traído muertos y remolcarlos para acá». Una teoría perturbadora, pero tan posible como las demás. Porque, como ha dicho Balbuena, quizás «nunca sabremos lo que pasó porque están muertos«.
El pescador que encontró el bote
Luis Alberto Polanco se levanta cada día a las 4:20 a.m. y prepara café. Su hijo, Jeremy, se suele levantar a la misma hora para ir juntos a pescar. Ayer no se imaginaban lo que poco después iban a encontrar.
Sobre las cinco, Polanco llegó a la laguna y subió a su pequeña embarcación. Es de color blanca, con una franja amarilla sobre la cual unas letras indican: «Dios es mi guía». El bote es humilde, de unos cinco metros de largo por dos metros de ancho, con un motor en la parte trasera.
- «Tengo boyas cerca de tierra. Allí ponemos la carnada y pescamos chícharo, picapica y tuna», explica Polanco.
Polanco salió de la laguna directo al mar. Como cada día. Sobre las siete de la mañana fue cuando ocurrió la sorpresa. «Yo iba a una boya que está como a ocho millas. Y le dije a mi hijo: ‘Jeremy, yo veo un bote allí en la boya'».
Polanco y su hijo Jeremy se fueron acercando a la boya y, por consiguiente, al bote. Era una embarcación distinta a las que se ven en las costas dominicanas. «El bote no tenía el motor en la popa, lo tenía como en medio, en un hueco», afirma Polanco.
«Cuando me fijé en el bote, de lejos, me quedé mirando y no se veía gente. Estaba raro ese bote allí. Dijimos: vamos a ir para allá».
Polanco, su hijo Jeremy y otro pescador que iba en otra embarcación, se acercaron al bote misterioso. Desde allí no veían a nadie tripulando, eso era extraño. Alan, el otro pescador, fue el primero en echar un vistazo. «¡Aquí hay un viaje de cadáveres!», gritó Alan.
Tras esto, padre e hijo se acercaron a la embarcación. «Yo pensaba que estaba relajando conmigo», apunta Polanco. Su hijo se aventuró primero. Para ver el interior, tuvo que ponerse de puntillas y apoyarse en la otra embarcación, que era un poco más alta. Fue entonces cuando vio todos esos cadáveres.
«¡Ay, papá, es verdad!», exclamó Jeremy. Luego su padre se recostó y vio también todos esos hueso esparcidos por la cubierta. «El mal olor era muy fuerte, teníamos miedo de intoxicarnos, así que no miramos mucho», explica.
Tras esto, Jeremy perdió el apetito durante el resto del día. Polanco, por su parte, se encargó de dar el aviso a las autoridades para que rescataran esos cadáveres del mar.
Así fue cómo tres humildes pescadores encontraron un bote lleno de cadáveres con documentos africanos y mercancía de narcotráfico. ¿Cómo llegaron hasta allí? Es una interrogante queda aún queda por responder.