La seguridad ciudadana bajo la amenaza de las redes sociales
Los acontecimientos del fin de semana en la zona colonial plantean un serio problema de seguridad ciudadana y revelan las consecuencias del uso irresponsable de las redes sociales y su potencial para las movilizaciones callejeras. Lo que empezó quizás como una broma o la búsqueda de autopromoción personal con fines cuestionables degeneró en la alteración del orden público, violaciones a la propiedad privada e intranquilidad de vecinos pacíficos en un cuadrante con características particulares por tratarse del área donde se estableció la primera capital en el Nuevo Mundo.
El embrión del desorden urbano, que puso en peligro la integridad física de miles de personas, se originó en una nota digital desaprensiva e indefinida sobre una suma de dinero que se colocaría en un lugar indeterminado de la zona colonial. Indirectamente fue un llamado a la búsqueda de un «tesoro», una convocatoria a escudriñar cuantos rincones o propiedades existen en las cuadras que conforman la zona más vieja de Santo Domingo. Lo que ocurrió fue un tumulto y una advertencia de cuán riesgoso resultaría si, en lugar de la zona colonial, se hubiese indicado que el «botín» estaba en las inmediaciones del Palacio Nacional, en uno de los ministerios del Estado o en cualquier otro recinto de acceso restringido.
La capacidad de las redes sociales para movilizar multitudes no es nueva. Alcanzó niveles noticiosos durante la llamada Primavera árabe que dio al traste con gobiernos autoritarios en el norte de África, en la oposición del Hong Kong democrático a medidas provenientes de Pekín, manifestaciones estudiantiles en Chile, movilizaciones en India ante abusos sexuales y demostraciones pro derechos humanos en Venezuela, por ejemplo.
Se trataba, sin embargo, de movilizaciones sociales de profundo contenido político y no, como en el caso capitaleño del fin de semana, del populacho parrandero tras un dinero fácil, enfebrecido por la galaxia digital. En vez de reivindicaciones sociopolíticas, la turbamulta que asoló el principal lugar turístico de la capital enarbolaba la bandera de la inconducta. Convirtió las calles empedradas y cargadas de historia en un follón mayúsculo y un gran mingitorio cuyas repelencias se sentían aún con fuerza en la mañana dominical.
El gobierno ha anunciado una investigación de los desórdenes, que no encontraron respuesta oportuna alguna por parte de las autoridades del orden. Los desaprensivos se pasearon durante horas por la zona colonial cometiendo tropelías a su paso, irrumpiendo como matones en restaurantes y bares, turbando el descanso en decenas de hogares y trepándose por paredes y balcones en busca de los anunciados doscientos mil pesos. La fuerza represiva del Estado brilló por su ausencia.
De antemano se duda de la eficacia de la investigación, dada la proclividad de ministros, autoridades municipales y líderes políticos a servirse de los espacios del provocador indirecto de la poblada del fin de semana.
Valido del criterio de que lo popular importa sin reparar en el contenido y la buena ciudadanía, el liderazgo político nacional canjea la prudencia y el ejemplo sensato por momentos de jolgorio y promoción en programas radiales de gran difusión y alcance, sobre todo en los amplios segmentos poblacionales que cobijan a los incivilizados del fin de semana. Las groserías, bromas pesadas y riña con las normas sociales salen de la ecuación, vencidas por los minutos en la gloria de seguidores, influencers y cuantos han encontrado en las redes sociales un nicho a la medida de sus carencias.