Las críticas se han vuelto una abstracción de la ira y enojo, como si no fuéramos realmente responsables de nuestras palabras y ellas no estuvieran cargadas de emociones y consecuencias.

Las críticas destructivas hacen que tengamos una conducta espantosa sin importar los demás, conducen al abismo de las opiniones más bajas de la mediocridad, peor aún es cuando muchos forman parte con su silencio, estando y gozando en espacio donde solo asesina la moral de otros, sin saber los sacrificios de vida y las tormentas superadas para alcanzar el éxito.

Los mezquinos y malos agradecidos no tienen miedo de quitar el valor a las buenas acciones, pero si son mediocres en emprender sus propias metas, por eso construyen su área de confort para seguir llenos de rabia por sus incompetencias y vacíos existenciales, viviendo en su propia parálisis de quiebra personal carentes de objetivos propios que le conduzcan al SER.

Urge crear ejemplos y consecuencias que enseñen que no se puede andar por la vida siendo carretas vacías. Ahí entra el reflejo de una pobre educación o formación a nuestros hijos en el hogar y peor aún cuando los que causan mal ejemplo están llamados a educar y mantener la cordura. Se hace necesario crear personas con una mente entrenada para soportar y tolerar el conflicto, pero también que disfruten el éxito ajeno y no ven como una amenaza el crecimiento de sus semejantes, porque quien no controla el correr de sus pensamientos, termina ahogado en un mar de emociones reflejando en cualquier momento sus miserias humanas y profesionales. Es terrible observar personas que deben ser ejemplo a seguir, fomentando la vagancia y la pobreza de sus funciones en instituciones que están llamadas a cumplir las normativas y procesos y los regímenes de consecuencia, justamente eso es lo que provoca el descrédito social que visualiza cómo anda la sociedad. Entonces es cuando confundimos a nuestros jóvenes mandando un mensaje de que es un valor el recibir beneficios sociales sin ganarlo; crean confusión de que un favor que corrompe leyes, es un derecho. Definiendo así una conducta de personas que se limitan a vivir en su propio caos y autodestrucción sin aportar nada fructífero.

Que grandioso sería que en vez de andar perdiendo tiempo lo inviertan en sueños propios para desarrollar y adquirir un potencial que sirva en el desarrollo de su persona, institución, comunidad y el país.

Es urgente fomentar una cultura de cumplimiento en una sociedad que comprenda que motivar a ser mejores y poner límites a los incumplimientos es una responsabilidad íntegra que no lacera ningún derecho, ademas de no dejarse desorientar por otros que están en peores condiciones emocionales.
Hay que resplandecer el buen vivir, sin
rencores, angustias, amarguras, malos hábitos, iras, mentiras. Oh acaso creemos que las buenas acciones no se multiplican en bendiciones, entonces porque ese mal vivir, mal hacer, mal tener, hay que vivir desde lo positivo, trabaje duro y no sufra por los logros ajenos, aplauda los éxitos de otros sin creerse que son suyos porque al final del día estarán junto a sus tristezas, almohadas y metas no logradas. El tiempo es un regalo muy costoso, invaluable y debe aprovecharse para ser feliz, nadie dijo que el perseguir, difamar y sufrir, nos pueden servir para tener un corazón sano. Respira, camina, da gracias a Dios por los hijos, las oportunidades y la buena salud. No te destruyas, sabemos que no es fácil destruir el peor de los monstruos, ese viviente en lo interno sin aceptar que todo exceso señala una carencia, pero por lo menos ámate y reinvéntate una actitud de valor propio y respeto a los demás.

¿Ya te hiciste tu propio análisis sobre lo qué haces, estás dónde deseas, qué tiempo tienes paralizado en el mismo lugar y lo que eres, de lo contrario no te quejes.?

Por último, algo que produce grandes frutos: usar el tiempo para mejorarse a uno mismo. Hay que recordar que borras un poco del amor que te tienes cuando pasas por encima de ti para complacer a alguien violentado las normas para hacerse los graciosos, en eso un líder real jamás caerá.

Mariel Santos Mora.